12 de Abril, 2024
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Se profundiza el proceso de desintegración regional en el Mercosur

El cuarto Bloque Económico del mundo, corre peligro de comenzar a desintegrarse a partir de las elecciones Paso de Argentina que sembró de oscuros nubarrones el cielo de una amplia región sudamericana.

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Desde el momento en que se hicieron públicos los resultados de las PASO (elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) en Argentina, Jair Bolsonaro y dos ministros de su gabinete, el de Hacienda y el de Relaciones Exteriores, manifestaron públicamente que, de resultar electo el candidato Alberto Fernández, la República Federativa del Brasil abandonaría el Mercosur. El argumento esgrimido para lanzar tamaño exabrupto, que sorprendentemente no fue cuestionado por la cancillería argentina, fue que las políticas aplicadas oportunamente por los gobiernos kirchneristas entorpecieron la concreción del acuerdo con la Unión Europea (UE). Por otra parte, durante la campaña electoral, Alberto Fernández, en más de una oportunidad, manifestó que si resultaba electo presidente de la República Argentina revisaría los contenidos de este acuerdo.
El acuerdo con la UE aún no está firmado. Falta que se proceda a la revisión legal del texto y que se efectúen las traducciones correspondientes, para que los cancilleres estén en condiciones de firmarlo y remitirlo a sus respectivos parlamentos para su aprobación. Resulta evidente que estos eventos se llevarán a cabo cuando asuma el próximo gobierno argentino, que será de neto perfil kirchnerista.
El acuerdo Mercosur-UE consta de tres pilares: el económico, el político y el de cooperación. Los pilares político y de cooperación, por sus características y contenidos, son de naturaleza intergubernamental, por lo que requieren la aprobación de cada uno de los miembros de la UE en forma individual, lo que implica un proceso sumamente lento y engorroso. Por el contrario, el pilar económico-comercial es supranacional, por lo que entra en vigor luego de la revisión jurídica y de la aprobación por parte de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo (ambos organismos supranacionales de la UE). Este pilar es el más relevante para los integrantes del acuerdo, y su aprobación implica un trámite más simplificado.
De acuerdo con información proporcionada, se entiende que si un país decide no firmar el acuerdo, que ya está negociado, los demás pueden decidir seguir adelante, es decir, se podría obviar la supuesta oposición de Argentina. La única limitación que existiría para que cada uno de los miembros del Mercosur pueda firmar y ratificar individualmente el acuerdo con la UE es la Resolución 32/00 del Consejo Mercado Común, que en su artículo 1º dice que los miembros del Mercosur reafirman el compromiso de  negociar en forma conjunta los Acuerdos de Naturaleza Comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias.
Seguramente las cancillerías de Uruguay, Paraguay y Brasil no interpretan la Resolución 32/00 del CMC como una limitación en este caso, lo que implica apostar a la flexibilización del Mercosur. Esta apuesta genera la posibilidad, para los miembros del acuerdo, de negociar a diferentes velocidades, lo cual, como ya hemos dicho, elimina la posibilidad de que una Argentina kirchnerista se oponga a la puesta en práctica del acuerdo Mercosur-UE.
El exabrupto de Bolsonaro al proferir la amenaza de abandono del Mercosur apunta a concretar un giro de 180° en lo que respecta a las definiciones estratégicas asumidas en la Declaración de Foz de Iguazú, firmada el 30 de noviembre de 1985 por los presidentes de Argentina, Raúl Alfonsín, y de Brasil, José Sarney. Aquel acuerdo estratégico coincidía con el restablecimiento de la democracia en ambas naciones; dejando de lado la hipótesis bélica, sentó las bases de un proceso de integración regional que tendría su momento cúlmine cuando se produjo el nacimiento del Mercosur. Argentina y Brasil sellaban así una alianza estratégica que hasta el día de hoy no se ha visto erosionada.
Dos son los motivos que impulsan a Bolsonaro a dar este paso: el primero, respaldar a Mauricio Macri en su disputa electoral con Alberto Fernández. Una victoria de este, unida a la de Andrés Manuel López Obrador en México y a las muy probables del Frente Amplio en Uruguay y de Evo Morales en Bolivia, podría llegar a interpretarse como la continuidad y la vigencia de los gobiernos progresistas en América del Sur, y una temprana y estrepitosa derrota del macrismo neoliberal.
El segundo motivo amerita llevar a cabo un análisis previo del proceso que llevó a que se generase a nivel mundial un nuevo sistema de producción global, que tiene su origen en la crisis del petróleo acaecida a mediados de la década de 1970 y que impactó fuertemente en la estructura económica mundial. Las grandes empresas transnacionales buscaron los medios para recuperar la rentabilidad perdida, lo que trajo aparejado el desarrollo de un nuevo sistema de producción global y la paulatina pérdida del Estado de bienestar que se había desarrollado a lo largo de los años dorados; en el seno de los países desarrollados, en aquel entonces, como suele suceder, el peso de la crisis lo pagaron los trabajadores.
Así, asistiremos al proceso de deslocalización de la producción de los países centrales hacia la periferia, fundamentalmente hacia los países asiáticos, en donde hay abundancia de materias primas y mano de obra barata. En esta llamada nueva división internacional del trabajo, las potencias centrales mantuvieron esencialmente las tareas de innovación, diseño y comercialización mientras deslocalizaban las tareas más simples de la manufactura. Con el tiempo comenzaron a deslocalizarse tareas cada vez más complejas; no obstante, la lógica central de esta nueva división del trabajo seguía siendo la misma.
Este proceso permitió la acumulación de grandes ganancias a las transnacionales de los países centrales, pero generó la fragmentación de la clase trabajadora en estos países. Se dio un proceso por el cual los trabajadores más calificados se especializaron en tareas de innovación y diseño, ganando, por lo tanto, elevados salarios. Los que no tenían estas capacidades, como consecuencia del proceso de deslocalización, perdieron sus puestos de trabajo y se vieron forzados a emigrar hacia el sector de servicios, en el que perciben bajas remuneraciones.
 
El sector financiero fue otro de los ganadores en este proceso de deslocalización de la producción: grandes flujos de dinero ingresaban a Estados Unidos producto de la remisión de utilidades e inversiones que proveían de crédito a los consumidores, capitales para la inversión directa en corporaciones estadounidenses o alimentaban la adquisición de deuda pública de Estados Unidos. La caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética produjeron una transformación del mundo bipolar al unipolar; la hegemonía de Estados Unidos en todos los aspectos resultaba incuestionable.
El declive de la potencia hegemónica la conduce a modificar su estrategia en materia de política exterior, extremando su agresividad y provocando una alteración en la estabilidad del sistema internacional. Se generan múltiples tensiones, fundamentalmente con China y Rusia, pero también con sus aliados de la UE, Canadá, México, Turquía, Irán, Siria, Cuba y, muy especialmente, Venezuela. Esta estrategia desarrollada por Estad